Son las cinco y diez de la madrugada, está a punto de pasar el primer autobús. Entra una brisa fresca por la ventana y suena una melodía, bajito y dulce. Se está acabando el paquete de cigarrillos que abrí mientras te observaba dormir. He visto en la televisión dos películas seguidas, me he tomado dos vasos largos de ron con mucho hielo. La vela de jazmín que he encendido hace unas horas se ha consumido hace un rato. De alguna manera, sigo sosteniendo este extremo del universo para que no caiga sobre ti. Un extremo donde suena la música muy bajito, la madrugada de verano es hermosa y fresca, y la luz suave. Donde el alcohol no hace daño y las sonrisas son dulces. Ya sé que es absurdo, pero pienso que mientras estés aquí despierta, no se desbaratará el cielo y la tierra seguirá girando bajo las estrellas con una cadencia perfecta. Pienso que, mientras tú duermes, alguien debe vigilar para que las pesadillas no te toquen. Alguien debe tener la luz encendida y quererte.
Dentro de un rato despertarás y no recordarás nada. Se apagarán las luces del edificio bajo el empuje de la luz del sol, y entonces yo me iré a dormir. Comenzará un nuevo día lleno de ruidos, el mundo volverá a ser un caos.
Huele bien la mañana recién hecha. Y la brisa es dulce sobre mis hombros. Es hermoso ver cómo es el mundo instantes antes de que sea real, con un trozo de hielo que se derrite con sabor a ron en la boca, mientras oigo que el reloj del vecino da las seis. Pasa el segundo autobús, y se acaba el disco. Un portero guarda los cubos de basura haciéndolos rodar con desgana. La calle se despereza. Pasa un coche. Alguien sube una persiana. Ahora suena una moto..
Estoy llorando, mi amor, y es de ternura. Y, seguramente, de ron. Pero son lágrimas dulces y porque me
gusta cómo te despiertas junto a mi al encuentro del día. Buenos días, mi amor.
Agustina.
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